2024 ha traído dos fechas redondas para Laura Pausini. El 16 de mayo celebró su 50º cumpleaños con un concierto rodeada de su familia y desde el año pasado celebra el 30º aniversario del inicio de su carrera, que despuntó el Italia en 1993 y en España en 1994. Pero junio deparaba otra cifra más redonda todavía: su discografía ha alcanzado 5.000 millones de reproducciones en plataformas digitales de toda su discografía, lo que la convierte en la artista italiana más escuchada en el mundo y se une a su currículo de premios, que incluye un Grammy, cuatro Grammy Latinos, un Globo de Oro y una nominación al Oscar. Pero, además de su reencuentro con el público, la actualidad la está tratando bien con un disco reciente, Anime parallele, que, como todos los de su carrera, ha grabado también en castellano, Almas paralelas.
Esta trayectoria bilingüe es una anomalía en un mundo de música global y, al mismo tiempo, un recordatorio de que las trayectorias que funcionan son las que se basan en lo improbable. Cuando irrumpió en la música de los noventa, Pausini era casi la síntesis de la antiestrella: una chica aparentemente tímida, vestida con trajes sastre y camisas blancas, cuya voz, en la era dorada de los alardes vocales, prescindía del vibrato para subrayar con limpieza las notas de canciones que actualizaban la irresistible vocación melódica del pop italiano. Sin embargo, el sonido de Pausini no era un epígono de los éxitos románticos de las décadas anteriores. A aquel primer álbum cuyas baladas —Se fue, La soledad— forman parte de la educación sentimental de los millennials siguieron una decena larga de grabaciones y de éxitos que le han proporcionado algo con lo que sueñan muchos de sus coetáneos: un repertorio coherente y fiel a sí mismo, un cancionero con una veintena de títulos imbatibles y a prueba de escepticismo.
Fuente: El País- Medio Digital de España.